Reseña de Lia Colombino
En esta muestra Silvana Nuovo trabaja desde la pintura dos momentos de suma importancia y que, aunque separados por las ideas de lo público y lo privado, atraviesan su historia en menor o mayor grado.
En junio de 2012, Nuovo, embarazada de 8 meses, es testigo del juicio político al entonces presidente del Paraguay, Fernando Lugo. Ella, en su estado, no llega a manifestarse en la plaza pero lo ve todo, mediada por la cámara de Ricardo Álvarez, su marido, que filma lo ocurrido en las manifestaciones durante esos días.
Poco tiempo después y casi leído como un mismo momento, nace su hijo. La cesárea impidió que ella estuviera consiente, debido a la sedación. Al igual que en el evento anterior, Silvana Nuovo puede ser testigo de ese momento mediada por la misma cámara.
¿Por qué estas imágenes aparentemente sin relación son las que la artista trabaja en esta serie de manera conjunta? ¿Qué hace que estas imágenes se confronten o dialoguen entre sí?
El montaje propuesto en esta exposición es parte de una lectura – una, es necesario recalcarlo-, de entre tantas.
Movimiento telúrico
El 22 de junio de 2012, en una suerte de juicio político exprés, el Presidente Fernando Lugo, elegido por la voluntad popular en el año 2008, es destituido a favor de Federico Franco, vicepresidente en ejercicio.
El juicio político a Lugo venía siendo una amenaza desde el día uno de gobierno. A raíz de la llamada Masacre de Curuguaty, el 15 de junio de 2012, se prepara el juicio que toma fuerza en la cámara de diputados, hasta llegar a la cámara de senadores que votaron “por la condena” ese 22 de junio.
Este corte en la vida política del país, supuso también y en la mayoría de los casos, una toma de partido por tal o cual bando. La situación, inflamada, dividió en dos al país como si lo hubiera hecho un cataclismo natural, una falla que impuso la vuelta de calificativos como “zurdo”, “soberano”, “legionario”. La ruptura del contrato social se hacía patente en cada uno de los grupos humanos de los que hacemos parte.
Ese día, Ricardo Álvarez, ante la total impotencia que le invadía a él y a Silvana Nuovo, salió a las calles, cámara en mano, y documentó.
La conquista del nombre
El propio nombre hay que conquistarlo. Silvana Nuovo
La elección del nombre de un hijo se hace de manera muy cuidadosa. Será esta palabra la que escuchará durante toda la vida, la palabra a la que responderá.
Pero, ¿cómo nombrar a alguien sin haberlo conocido siquiera? Entonces, nombrar a priori, ¿podría llegar a ser parte de un deseo?
Cuando nacemos, nacemos no solo al mundo sino a una cultura que nos es impuesta. Así también nos es impuesto un nombre, muchas veces sin reparar en qué significados porta.
Los nombres, a la vez, están asociados a personas concretas. Y por eso, muchas veces, los nombres se cargan de afecto.
Cuando Silvana Nuovo y Ricardo Álvarez buscaban un nombre para el hijo que iría a nacer y dieron con el nombre del abuelo de Ricardo: Federico. Un nombre ligado al afecto cuyo significado está relacionado con la paz. Etimológicamente el nombre Federido quiere decir “príncipe de paz” o “el que otorga paz”.
El 22 de junio de 2012, cuando Nuovo estaba con 8 meses de embarazo, el nombre Federico se asoció a otros significados. Era difícil, en ese contexto, resignificar un nombre. “El propio nombre hay que conquistarlo”, escribió la artista en un texto sobre el proyecto de su obra, la conquista de Federico Franco fue otra. No fue el que otorgó paz. O en palabras de la artista:
Personalmente este nombre fue el símbolo de un gran desencanto, de un proceso democrático truncado, de manipulación política, de una lucha codiciosa por el poder. Nuestro hijo que debía nacer un mes después del juicio político no podría llevar ese nombre.
El nombre del abuelo quedó atrás y el niño, nacido el 5 de agosto de ese año, llevó el nombre de Valentino, porque como lo enunció tan bien Silvana Nuovo: “nacer en medio de tanta confusión e inestabilidad ameritaba una verdadera valentía”.
La pintura como lugar
Decía Aristóteles que el alma no piensa sin imagen. Eso se vuelve patente en la obra de Nuovo.
La artista ha venido pintando su vida doméstica durante varios años. Su pintura es el lugar que ella protege. Guarda en ella el amor, la caricia, quizá hasta el pensamiento. Guarda su intimidad y, a la vez, guarda con la pintura una relación amorosa.
La propia materialidad y la técnica puede leerse de igual manera que una mano que roza la piel. El lienzo constituye una superficie que se acaricia con el lenitivo de la pintura. El pincel pasa, una y otra vez, por esa superficie, como si se tratara de una caricia.
En esta exposición ella abre su pintura. Desde este lenguaje toma posición, más allá del ámbito íntimo.
En su libro Cuando las imágenes toman posición, Georges Didi- Huberman trabaja este gesto en contraposición a la toma de partido.
Este último gesto es entendido como el descenso de la crítica. La toma de posición es un gesto que requiere, también, una toma de conciencia.
“Para saber hay que tomar posición. No es un gesto sencillo. Tomar posición es situarse dos veces, por lo menos, sobre los dos frentes que conlleva toda posición, puesto que toda posición es, fatalmente, relativa. Por ejemplo, se trata de afrontar algo; (…) Se trata igualmente de situarse en el tiempo. Tomar posición es desear, es exigir algo, es situarse en el presente y aspirar a un futuro.” (Didi-Huberman, 11).
Nuovo elige saber y por eso toma posición. Afronta el acontecimiento que le ha tocado en suerte y elige contaminar su pintura con aquello que del ámbito público la atraviesa como persona. Su pintura, así, toma también posición y le ayuda a pensar, a pensarse.
Interrogar la imagen
En este trabajo, Nuovo vuelve a aquellas imágenes que fueron tomadas en esos dos momentos y las lee. En esa lectura, interroga las imágenes desde el presente.
En ese gesto existe una doble mediación. La primera es la misma captación de esas imágenes. La segunda es la mediación que impone el tiempo.
En esta interrogación de la imagen hay, al igual que doble mediación, doble distanciamiento. El que el tiempo impone –han pasado tres años desde lo sucedido- y el distanciamiento que está siendo dado por la condición de extranjera de la persona que mira esas imágenes, la que pregunta.
En el trabajo que supone volver a la imagen que se registró tiempo antes, Silvana Nuovo las manipula. En el vídeo la imagen se desarrolla, es movimiento. La artista las congela, las agranda. En esa manipulación se presenta una distancia
Mediación, entonces, de espacio y tiempo. Luego, manipulación y distancia.
Desde esa distancia que es, a la vez, extranjería, ella pregunta.
Hemos sido atravesados por preguntas en este tiempo de rupturas. ¿Qué pasó? ¿Qué pasó en Curuguaty? ¿Qué pasó el 22 de junio de 2012? ¿Qué pasa? Lo que ocurrió y ocurre, ¿seguirá ocurriendo? Y por último, lo que ocurrió ¿sólo pasa?
Su mirada no solo llega a las personas autoconvocadas en la plaza, su mirada sale de ella misma para llegar a su propia imagen, en la sala de parto, donde la luz es plena e higiénica, donde brilla el color de los uniformes y los instrumentos médicos. Allí no se trata de extranjería: no se es extranjero del hijo propio; se trata de ser extranjero de la manera en la cual administran el propio cuerpo las instituciones que nos ordenan.
En ese mirar la imagen, en esa interrogación, Silvana Nuovo acepta atrapar la imagen en su retina y traspasarla al lienzo, infiltrada de su propia mirada, de su propia pregunta.
Administración de los cuerpos
Hay dos términos que Rancière utiliza que poseen la misma raíz pero que para él significan dos cuestiones separadas. Son los conceptos de política y policía.
El concepto de policía tendría que ver con “una lógica de los cuerpos”, como él mismo enuncia. El concepto no tendría una connotación peyorativa. El régimen policial sería el que determina para cada quién un lugar específico, un lugar social, un marco identitario. Ese régimen, que podría ser entendido como el marco de lo cultural, construido durante siglos, es que ordenará mínimamente aquello que somos, cómo somos; una suerte de normalización de la existencia.
En este orden de cosas, el disciplinamiento de los cuerpos sería también policial, aunque no sería solo eso. Ese disciplinamiento es parte de un trabajo de administración de nuestros cuerpos en torno a cuestiones como la ley, las instituciones, las identidades, lo simbólico.
La manera en la que nuestros cuerpos son subordinados al orden policial es lo que en esta muestra se lee de manera patente.
Por un lado, la violencia obstétrica, que no se lee como violencia porque precisamente forma parte de ese régimen de lo policial de prácticas normalizadas. La manera en la cual los cuerpos deben someterse al aparato de salud que impone las condiciones en la que una madre dará a luz es parte de ese régimen. El parto “natural” se gestiona con el fin de que el médico esté lo más cómodo posible, no la madre. El uso de oxitocina sintética –una hormona que induce contracciones- en muchos casos innecesario, sirve para planificar el tiempo de médicos y enfermeras. El aumento de cesáreas que en 2014 alcanzó en el Departamento Central, un 70% de los nacimientos, también constituye un dato alarmante. Estas operaciones, ¿son verdaderamente necesarias? ¿O serán parte del negocio de hacer parir? El trato hacia la parturienta es también parte de esa violencia. El recién nacido es llevado luego de unos pocos segundos de estar con la madre fuera del vientre, a cumplir con diversos protocolos, algunos de índole médica, otro de índole burocrática como nombrarlo, identificarlo a partir del estampado de sus huellas dactilares de los pies. Por último, esa identificación se marca con un dispositivo azul o rosa –el régimen policial también identifica esos colores con los genitales que el bebé porta-.
Ahora bien, el concepto de política que manera Rancière tiene que ver con el desacuerdo. Es la práctica que intenta romper con el régimen policial que nos administra, que nos ordena.
Comienza, dice Rancière, “cuando seres destinados a habitar en el espacio invisible del trabajo, que no deja tiempo de hacer otra cosa, se toman el tiempo que no tienen para declararse copartícipes de un mundo en común, para hacer ver en él lo que no se veía (…)” (Rancière, 62).
Aquí la plaza. La manifestación sería, entonces, el ejemplo por excelencia de ese inicio de lo político. El trabajo, que no deja tiempo para nada más, es interrumpido. Esa interrupción se hace para declarar algo: la coparticipación de un mundo, el hacer visible lo que no lo era. Sentirse, esos cuerpos, capaces de apoderarse de su destino (Rancière, 81), aunque el régimen de lo policial prevalezca. Es, a fin de cuentas, tomar posición.
El arte
Siguiendo a Rancière, el arte, como experiencia de disenso tiene mucho que ver con la política. Como la política, el arte intentará hacer operar unos dispositivos sensibles que buscarán la reconfiguración de la experiencia.
Si bien, Silvana Nuovo no compartió lugar con esos cuerpos en la plaza del Congreso, no fue parte de ese colectivo que exigía una reconfiguración de la realidad, existe en su obra una enunciación subjetiva. Existe una toma de posición en el gesto privado y enorme de rechazar un nombre –asociado en ese momento a la ruptura institucional, al quiebre democrático-.
En el montaje de esta serie de obras, que no deberían leerse disociadas, se compone una escena de lo público y lo privado, del régimen policial y la política y se marca un desacuerdo.
Esta obra explora, al fin, unas tensiones, unos conflictos que hacen visible el marco de lo posible, desde el deseo de lo imposible.
Bibliografía
Didi-Huberman, Georges. Cuando las imágenes toman posición. Madrid: Antonio Machado Libros, 2008.
Rancière, Jacques. El espectador emancipado. Buenos Aires: Manantial, 2010.